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El ángel bueno


El ángel bueno
Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.
"¡Levántate!" Y mis ojos
vieron plumas y espadas.
Atrás montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.
"¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada."
"¡Oh anhelo, fijo mármol,
fija luz, fijas aguas
móviles de mi alma!"
Alguien dijo: "¡Levántate!"
Y me encontré en tu estancia.
El ángel de los números
Vírgenes con escuadras
y compases, velando
las celestes pizarras.
Y el ángel de los números,
pensativo, volando del 1 al 2, del 2
al 3, del 3 al 4.
Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios.
Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
Vírgenes sin escuadras,
sin compases, llorando.
Y en las muertas pizarras
el ángel de los números,
sin vida, amortajado
sobre el 1 y el 2,
sobre el 3, sobre el 4...

El ángel bueno
Dentro del pecho se abren
corredores anchos, largos,
que sorben todas las mares.
Vidrieras,
que alumbran todas las calles.
Miradores,
que acercan todas las torres.
Ciudades deshabitadas
se pueblan, de pronto. Trenes
descarrilados, unidos
marchan.
Naufragios antiguos flotan.
La luz moja el pie en el agua.
¡Campanas!
Gira más de prisa el aire.
El mundo, con ser el mundo,
en la mano de un niña
cabe.
¡Campanas!
Una carta del cielo bajó un ángel.
Vino el que yo quería,
el que yo llamaba.
No aquel que barre cielos sin defensas,
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para, sin lastimarme,
cavar una ribera de luz, dulce en mi pecho,
y hacerme el alma navegable.